A pesar de estar acostumbrados al sirimiri, los donostiarras siguen sintiendo como se les calan los huesos cada vez que ven en prensa o en internet el anuncio de una vivienda que fue sufragada con fondos públicos y en suelos públicos y se vende por cifras estratosféricas con una descomunal plusvalía para el afortunado adjudicatario de VPO. Si eso, además, ocurre en pleno centro, a la altura de la catedral, cruzando el río, la sensación de panoli se incrementa. Y la lluvia fina de pelotazos va en aumento a medida que llegan las descalificaciones de VPO, aunque es verdad que Euskadi fue la primera comunidad que instauró, en 2003, la calificación a perpetuidad de las viviendas protegidas por lo que esta práctica abusiva irá desapareciendo
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